Aquel que nunca ha fracasado, es porque tampoco nunca ha intentado nada. O.G.Mandino


lunes, 11 de febrero de 2008

Luz roja para la educación


Por Alieto Aldo Guadagni Para LA NACION
La luz roja se ha encendido: los resultados de las evaluaciones realizadas por la OECD (la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, según sus siglas en inglés), basadas en exámenes a alumnos de 15 años en 57 países, son muy preocupantes, baste decir que, en las pruebas de lectura e interpretación de textos, nuestros estudiantes se ubican en el lugar 53, superando apenas a los jóvenes de Azerbaiján, Qatar y Kirguizistán.
Estamos por debajo no sólo de todos los países industrializados, sino también de Chile, Uruguay, México, Brasil y Colombia, los países latinoamericanos que participaron de esta evaluación. Lo grave es que, además, nuestro nivel está ahora por debajo del verificado en la prueba del año 2000. Ocupamos los últimos lugares también en matemáticas y en ciencias; esto evidencia un pobre desempeño en todas las áreas.
Nuestro futuro está en riesgo. La modernización productiva valoriza, como nunca, todas las dimensiones educativas, y su insuficiencia es una barrera que impide la movilidad social ascendente. Esto fue bien entendido por la generación del 80, que enfrentó la anterior globalización (1870-1913) con un grandioso proyecto educativo. Es así como el analfabetismo, que en el primer tercio del siglo XX era del 60% en Portugal, 40% en España y 20% en Italia, era inferior al 15% en la Argentina.
Pero hoy las exigencias educativas van más allá de la enseñanza primaria y en este terreno estamos mal. No hay tiempo que perder, si pensamos en los millones de adolescentes que deberán afrontar el desafío de la globalización con menos preparación que la que se brinda en el resto del mundo. Desde hace décadas avanzan iniciativas en muchos países para mejorar la educación, pero nosotros no integramos ese grupo. Hace años se propuso un examen para los egresados del secundario, cuya aprobación era indispensable para quienes desearan continuar sus estudios universitarios, pero nadie se ocupó de concretar la iniciativa ni se piensa más en ella. Difundir los resultados de este examen, por escuela, sería un acicate para mejorar la calidad de las deficientes. Es una prueba que existe desde hace tiempo en naciones que hoy están bien ubicadas en las comparaciones internacionales.
Chile aplica estos exámenes desde la década del 60. La Prueba de Selección Universitaria (PSU) es utilizada por las universidades para seleccionar a sus postulantes; como la PSU mide conocimientos, es necesario estudiar y aprender los conceptos o reforzar lo ya aprendido durante toda la educación media, para lograr un buen puntaje. La PSU comprende cuatro pruebas, que se rinden en dos días. Dos pruebas son obligatorias: lenguaje y comunicación y matemáticas; las dos restantes son optativas: historia y ciencias sociales y ciencias (biología, física, química). Rendir o no las pruebas optativas depende de la carrera elegida, ya que algunas las exigen. El ingreso en cada carrera es definido por cada universidad mediante una ponderación del puntaje de la PSU y el promedio de notas de la educación media. Así se ordenan de mayor a menor los puntajes de ingreso y el punto de corte corresponde al último cupo asignado a la carrera en cada universidad. Hay que destacar que los resultados de la PSU se hacen públicos no en el nivel individual, sino por escuela secundaria, proporcionando una valiosa información para apreciar la calidad de la enseñanza. La principal preocupación de los alumnos del último año, en Chile, es aprobar la PSU y no el viaje de egresados.
En Brasil, alrededor de cinco millones de alumnos de la escuela primaria rindieron, en el mes de noviembre, los exámenes de la denominada Prova Brasil , implantada por el gobierno de Lula para evaluar sus conocimientos en matemática y lenguaje y apreciar el desempeño de cada escuela. Por eso, los resultados, escuela por escuela, son ampliamente difundidos, con el propósito de estimular el mejoramiento de la enseñanza. Asimismo, el 11 de noviembre, 202.000 alumnos que concluían sus estudios universitarios rindieron en Brasil el Examen Nacional de Desempeño de los Estudiantes (Enade), para evaluar el desempeño de las universidades. Los resultados de estos exámenes están disponibles en Internet. Así es posible apreciar el nivel de la enseñanza impartida por cada una de las universidades, públicas y privadas, de Brasil.
Mientras tanto, en la Argentina, a contramano del resto del mundo, que procura explicitar toda la información para conocimiento de la comunidad educativa (estudiantes, profesores y padres), nuestra flamante ley de educación, insólitamente, establece en su artículo 97: "La política de difusión de la información sobre los resultados de las evaluaciones resguardará la identidad de los institutos educativos, a fin de evitar cualquier forma de estigmatización ".
La evaluación de calidad y rendimiento escolar es indispensable para cualquier política que procure mejorar la enseñanza. Pero esta información debe ser transparente, ya que es esencial para conocer si el funcionamiento de la escuela es adecuado. Mientras que en el mundo se enfatiza la difusión sobre la enseñanza en cada establecimiento, aquí se oculta, nada menos que por orden del Congreso. Si ocultamos lo que anda mal, ¿cómo haremos para mejorar?
En nuestro país abundan los discursos por la "inclusión social y equidad en la distribución del ingreso". Pero nada de eso sirve, si no se reconoce que mejorar la educación es indispensable si queremos enfrentar el drama de la pobreza y la desigualdad, potenciando la acumulación de capital humano. La educación es el principal activo que requieren los pobres para superar la exclusión. Quienes no la tienen ocupan los peores empleos: mal pagos, en negro y sin protección social. Y tampoco están en posición para asegurar la educación de sus hijos. Se consolida así la circularidad de la reproducción intergeneracional de la pobreza.
La luz roja ya está encendida; por esta razón deberíamos urgentemente prestar atención a lo bueno que hacen nuestros vecinos.
El autor es economista. Su último libro es Los próximos 25 años, una visión de la Argentina y el mundo.

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